José Lezama Lima es el nombre por el cual se conoce a un escritor oriundo de Cuba, que nació en La Habana en el año 1910 y falleció en la misma ciudad en 1976. Luego de haber recibido una educación básica orientada a la literatura, escogió para su formación universitaria la carrera de Derecho. Comenzó a difundir sus obras a través de la prensa y a la edad de 27 años creó, con ayuda de René Villanovo, la revista Verbum, que tuvo tan sólo tres números pero representó un importante canal de expresión artística e ideológica para sus participantes, y que fue la primera de las cuatro fundadas por él, cada una obteniendo más repercusión que la anterior. A diferencia de otros hombres de letras, Lima tan sólo dejó su país en dos ocasiones, para realizar cortos viajes dentro de Centroamérica.
Sin duda alguna, el nombre de Lezama Lima está fundido al de la novela «Paradiso», su obra cumbre y la más controversial de su carrera. Pero este autor cultivó diversos géneros, siempre con buenos resultados; sus publicaciones más destacadas incluyen el poemario «Fragmentos a su imán», el libro de cuentos «Juego de las decapitaciones» y el ensayo «No me gustaba Colombia». Con un título que dice mucho, el poema «Octavio Paz» resalta entre los presentes a continuación.
Poemas del Alma
A SANTA TERESA SACANDO UNOS IDOLILLOS
…por hacerme placer, me vino a dar
el idolillo, el cual hice echar luego en un río.
SANTA TERESA: Vida
Los ídolos de cobre sobre el río
pusiste en obra del amor llagado.
Su casta fuera, redoble enamorado
tuerce la mueca de inhumano brío.
Cuando la imagen balbuciente al frío
lastima su rostro, espejo despreciado,
y demonio alado disfraza el poderío
que es menester para no ser penado.
Navega el ídolo y no se cierra,
flor especial en noche eterna crece,
cerca al rocío, ángel de la tierra.
Y así en enojos al barro se decrece.
Sólo el fuego libera si se encierra
y sin buscar el fuego, palidece.
El abrazo
Los dos cuerpos
avanzan, después de romper el espejo
intermedio, cada cuerpo reproduce
el que está enfrente, comenzando
a sudar como los espejos.
Saben que hay un momento
en que los pellizcará una sombra
algo como el rocío, indetenible como el humo.
La respiración desconocida
de lo otro, del cielo que se inclina
y parpadea, se rompe
muy despacio esa cáscara de huevo.
La mano puesta en el hombro de la mujer.
Nace en ellos otro temblor,
el invisible, el intocable, el que está ahí,
grande como la casa, que es otro cuerpo
que contiene y luego se precipita
en un río invisible, intocable.
Las piernas tiemblan, afanosas de llegar
a la tierra descifrada,
están ahora en el cuerpo sellado.
Comienza apoyándose enteramente,
un cuerpo oscuro que penetra
en la otra luz
que se va volviendo oscura
y que es ella ahora la que comienza
a penetrar.
Lo oscuro húmedo que desciende
en nuestro cuerpo.
Tiemblan como la llama
rodeada de un oscilante cuerpo oscuro.
La penetración en lo oscuro,
pero el punto de apoyo es ligeramente incandescente,
después luminoso
como los ojos acabados de nacer,
cuando comienzan su victoriosa aprobación.
La mano no está ya en el otro hombro.
Se establece otro puente
que respaldan los cuerpos penetrantes.
Ya los dos cuerpos desaparecen,
es la gran nebulosa oscura
que apuntala su aspa de molino.
Los dos cuerpos giran
en la rueda de volantes chispas.
Como después de una lenta y larga nadada,
reaparecen los cabellos llenos de tritones.
Miramos hacia atrás separando el oleaje
Y aparece el desierto con alfombras y dátiles.
Los dos cuerpos desparecen
en un punto que abre su boca.
Lo húmedo, lo blando,
la esponja infinitamente extensiva,
responden en la puerta,
abrillantada con ungüentos
de potros matinales
y luces de faisanes con los ojos apenas recordados.
El dolmen que regala los dones
en la puerta aceitada,
suena silenciosamente su madera vieja.
Los dos cuerpos desaparecen
y se unen en el borde de una nube.
La manta, la lechuza marina,
seca el sudor estrellado
que los cuerpos exhalan en la crucifixión.
El árbol y el falo
no conocen la resurrección,
nacen y decrecen con la media luna
y el incendio del azufre solar.
Los dos cuerpos ceñidos,
el rabo del canguro
y la serpiente marina,
se enredan y crujen en el casquete boreal.
Cuerpo desnudo
Cuerpo desnudo en la barca.
Pez duerme junto al desnudo
que huido del cuerpo vierte
un nuevo punto plateado.
Entre el boscaje y el punto
estática barca exhala.
Tiembla en mi cuello la brisa
y el ave se evaporaba.
El imán entre las hojas
teje una doble corona.
Sólo una rama caída
ilesa la barca escoge
el árbol que rememora
sueño de sierpe a la sombra.
Lo inaudible
Es inaudible,
no podremos saber si las hojas
se acumulan y suenan al encaramarse
la mirona lagartija sobre la hoja.
Nos roza la frente
y creemos que es un pañuelo
que nos está tapando los ojos.
El oro caminaba
después hacia la hoja
y la hoja iba hacia la casa
vacía del otoño, donde lo inaudible
se abrazaba con lo invisible
en un silencioso gesto de júbilo.
Lo inaudible
gustaba del vuelo de las hojas,
reposaba entre el árbol inmóvil
y el río de móvil memoria.
Mientras lo inaudible lograba
su reino, la casa oscilaba,
pero su interior permanecía intocable.
De pronto, una chispa
se unió a lo inaudible
y comenzó a arder escondido
debajo del sonido facetado del espejo.
La casa recuperó su movilidad
y comenzó de nuevo a navegar.