Turquía busca un sitio en el mapa del vino

Hace unos 8.000 o 9.000 años, los habitantes de Anatolia Sudoriental lograron domesticar las uvas silvestres y cultivar la vid, lo que facilitó una feliz práctica —fermentar el mosto— que también había comenzado en algún lugar de estas tierras o del Cáucaso o de Irán. En eso los arqueólogos aún no se han puesto de acuerdo. Sin embargo, la actual Turquía no es precisamente famosa por sus caldos, pese a ser el sexto productor mundial de uva. Algo que varias bodegas turcas llevan años empeñadas en que cambie. Y empiezan a lograr resultados.

“Hasta los noventa, había sólo un puñado de productores en el país, y hacían un vino que a veces se podía beber, pero la mayoría eran excesivamente oxidados y muy astringentes. Las cosas empezaron a mejorar en los 2000”, escribe el crítico gastronómico Vedat Milor. Con la entrada de nuevos actores —fundamentalmente empresarios ya consolidados que fundaron bodegas casi como un pasatiempo— y nuevas inversiones, la calidad de los vinos ha mejorado y, en la última década, bodegas como Kavaklidere, Doluca, Turasan o Pasaeli han cosechado numerosas medallas en las competiciones internacionales Decanter, International Wine Challenge y Concours Mondial de Bruxelles.

“Cuando Güler Sabanci [presidenta del conglomerado Sabanci, uno de los mayores del país] viajaba por el mundo se preguntaba por qué los vinos de Turquía no eran conocidos, cuando ésta es la patria del vino. Así que contrató a especialistas de Francia e Italia que hicieron una investigación de las variedades del país y, tras escuchar sus recomendaciones, plantó viñas y fundó una bodega en Sarköy [Tracia]”, explica Abdullah Tek, sommelier de la marca Gülor: “Ahora producimos 350.000 litros de vino al año. Podríamos producir diez veces más, pero sólo utilizamos las mejores uvas porque nuestro objetivo es la calidad, poner el vino turco en el mapa. De hecho, media docena de restaurantes de EE.UU con estrellas Michelin sirven nuestros vinos”.

No sólo Gülor, las bodegas más grandes han hecho importantes inversiones en equipamiento y han fichado a enólogos de Burdeos, Toscana o California a golpe de talonario, como el renombrado Michel Rolland, que asesora a Porta Caeli, bodega del grupo Toksöz. O Daniel O’Donnell, que ha levantado la calidad de los vinos del antiguo monopolio público de tabaco y alcohol turco (Tekel) tras su adquisición por la multinacional británica Diageo en 2011.

Turquía produce cada año cuatro millones de toneladas de uva, pero el 51% se dedica al consumo directo, un 37% a hacer pasas y un escaso 11% a vino. Tan sólo se producen entre 65 y 75 millones de litros de vino al año (frente a los casi 5.000 de España) y se exporta un mero 4% o 5 %. Es decir, la actual producción vinícola es incluso inferior a la de finales del siglo XIX, cuando, debido a la plaga de la filoxera en Europa Occidental, el vino se convirtió en una de las principales exportaciones del Imperio otomano (más de 300 millones de litros al año), sin que importase que el jefe de Estado ostentase el título califa de todos los musulmanes. Claro está que, entonces, la producción de vino estaba en manos de las minorías cristianas de Anatolia. Ahora, esas regiones vinícolas —la Tracia Oriental, la costa del Egeo, Anatolia Oriental y Capadocia— están viendo una recuperación de sus viñedos, si bien se trata en su mayoría de nuevas plantaciones, tanto de variedad local como extranjera.

En Turquía se bebe poco vino: un litro al año por cabeza. Se prefieren alcoholes más baratos —cerveza— o de mayor graduación —el anisado local raki—. Además, el Gobierno está empeñado en que se beba aún menos, oficialmente debido a la preocupación por la salud de los ciudadanos —aunque en Turquía no hay graves problemas de alcoholismo—, pero sobre todo por su ideología islamista. Casi cada año incrementa la tasa especial sobre bebidas alcohólicas, que es fija (actualmente de algo más de un euro por litro). “Esto hace que producir vino barato sea poco provechoso, por lo que muchas bodegas están invirtiendo en vinos de calidad y una gama de precios alta”, explica Taner Ögütoglu, fundador de la plataforma Wines of Turkey.

La apuesta por la calidad pasa por dar valor a las variedades autóctonas. Algunas de ellas son las que más cercanía genética mantienen con las uvas silvestres de hace miles de años, según los estudios del botánico José Vouillamoz y el arqueólogo Patrick McGovern. “En Turquía hay variedades que sólo existen aquí como Kalecik Karasi, Bogazkere, Öküzgözü, Emir, Narince… y que desconocemos en los países tradicionalmente productores de vino”, explica el enólogo francés Nathan Plentier, de la bodega Turasan de Capadocia. En la Universidad Namik Kemal de Tekirdag (Tracia) se trabaja en la recuperación de variedades perdidas y algunas bodegas destinan fondos a estas investigaciones. “Están dando muy buenos resultados y hemos redescubierto variedades como la Barburi, de Hatay; la Foçakarasi, de la costa del Egeo, o la Karaoglan, en Anatolia Central”, asegura Ögütoglu.

La ausencia de un consejo regulador permite experimentar a los vinateros. Casi todas las bodegas turcas compran uvas de diferentes regiones y las mezclan, buscando coupage atrevidos. “Buena parte de las vides que se plantan en el resto del mundo salieron de esta zona y luego fueron mutando y cambiando de nombre. Incluso cuando plantas esas variedades aquí, te dan un sabor especial, como si no hubiesen olvidado sus orígenes”, opina Yavuz Demir, inversor de la bodega Gülor.

En Capadocia, los empresarios intentan repensar el negocio en este año negro para el turismo. Y una de las atracciones es el enoturismo. Turasan recibe cientos de visitantes al día en sus bodegas, excavadas en la roca como las construcciones trogloditas que tunelan la Capadocia y que se usan todavía como almacenes de frío para guardar cítricos fuera de temporada, ya que se mantienen a entre 4 y 10 grados. Gülor también acaba de abrir un lugar de catas allí, que pretende convertir en un centro de cultura del vino. “Intentamos hacer promoción, talleres y catas en hoteles, tenemos diseñadas rutas por viñedos…”, explica Demir: “Pero muchas veces nos chocamos con los obstáculos del Gobierno”.

Tan grave como los altos impuestos, les resulta a los bodegueros la prohibición de anunciar sus vinos. Una ley aprobada por el gobierno islamista en 2013 impide la promoción de cualquier bebida alcohólica (obligó a un equipo de baloncesto con solera como el EFES Pilsen a cambiar su nombre). “En otros países se ayuda a la industria del vino. Aquí no tenemos siquiera un plan sobre el sector”, se queja Ögütoglu. Efectivamente, ni el Ministerio de Comercio ni el de Agricultura han querido responder a las preguntas sobre el tema. “El Gobierno se debería dar cuenta de que el vino es un producto con mucho mayor valor añadido que el resto de productos que exportamos y nos podría ayudar a reducir el déficit comercial”, añade.

Vinos Turcos

Turquía es el tercer productor más grande de uvas de mesa y el líder mundial en la producción de pasas. La mayor parte de la producción vinícola se exporta a los países europeos. Los turcos cultivan la uva para producir pasas y jugos.

Según la tradición turca, el Dios Cielo había bendecido el vino y los seres malvados no podían penetrar ni en las viñas ni en los lugares en los que había vino. Como ritual se preparaba el vino en el momento en el que nacía un niño.

Además, la tradición exigía el envejecimiento del vino. En la actualidad hay seis zonas productoras de vino: Mar Egeo, Mar Negro, Anatolia, Región Mediterránea, Anatolia Central y Anatolia Suroriental.

Los vinos más importantes son: Kayra, Trakia, Doluca, Buzbag y Musket.

El Largo camino a la fama

El vino de Turquía ha recorrido un largo camino hasta el día de hoy. Comenzó a crecer gracias a los jóvenes, quienes al no ser tan tajantes muchas veces con las costumbres, decidieron aprender y conocer al respecto.

El gobierno turco colaboró con este crecimiento, fundamentalmente a partir de la década del 90, cuando pequeños productores comenzaron a hacer vinos de calidad.

La cepa distintiva de Turquía es la Kalecik Karasi, que estuvo casi extinta, pero fue salvada gracias al esfuerzo de estudiantes de agronomía. Esta uva tinta es sumamente apreciada por los conocedores gracias a su aroma y sabor. Se lleva bien con los paladares exigentes y no tanto con los tolerantes.

En febrero pasado el vino de Turquía se expuso en Inglaterra, en una feria con su cosecha 2010, que brindó al país musulmán numerosísimos premios internacionales.

 Su producción vitivinícola se concentra en el centro y en las costas oeste y sur del país. Los mejores vinos de Turquía proceden de la zona central. Esa nación posee una inmensa variedad de uvas (más de 1 000). Con algunas de ellas se elaboran uvas pasas para su uso en la cocina.

Entre las tantas variedades de uva se encuentran: oküzgögú, bogazkere, papazkarasi, kalecic katasi, gamay y cal karasi, que producen vinos tintos y rosados. Con el emir, sultanine, narince y misket, entre otras, se elaboran blancos.

Aromas de deleite

La selección Kirmizi es un vino originalmente turco. Tiene un aroma a frutas maduras (fresas, ciruelas, higos), con un toque animal al que se le suman los aromas a fruta seca (avellana, almendras).  Su sabor se corresponde con el aroma y resulta un vino amplio, redondo, muy cálido, de taninos equilibrados.  Es un vino de guarda. Si lo tomamos luego de 7 a 10 años de su elaboración obsequiará nuestro paladar exquisitamente.  A una temperatura entre 17 a 18º C, escoltando guisos o carnes a base de hierbas, manifiesta toda su potencia y gusto.

 Los vinos turcos se caracterizan por su gran variedad. Además de blancos, rosados y tintos, los hay de aromas diferentes y sabores exóticos.

Sus excelentes taninos (en cuestión de los tintos) y su equilibrada acidez, en cuanto a los blancos, junto a los aromas florales, cítricos y mentolados, nos dialogan de la riqueza de sus cepas y su tradición vitivinícola.

 Bebidas para saborear jóvenes y con envejecimiento en barril, que seducen con una buena guarda, comprenden la gama de los muy buenos procedentes de Turquía.

Entre las marcas líderes se encuentra Kayra. Produce sus vinos en las fábricas de Elazig, construidas en 1942.También en las fábricas de Sarkoy, levantada en 1996. Sus propuestas se hacen atractivas no solo por aromas y sabores, sino por las etiquetas elegantes y diseños de sus botellas, con una versión moderna de símbolos que vienen de la época de la Antigua Anatolia.

No se quedan a la zaga en la fabricación del Raki, aguardiente elaborado con uvas frescas, uvas pasa y anís, destilándose posteriormente.

Kayra ha desarrollado una imaginación en sus productos para satisfacer los paladares más exigentes y vinos dignos de los platos más complejos. Seguramente algún lector ha degustado Muscadet Sur Líes, pero… ¿han imaginado Chardonnay Sur Líes? Debe ser un prodigio en boca.

Algunos resultan frescos, sutiles.  Otros complejos de gran estructura.  Son vinos que constituyen a su cocina: especiada, sabrosa, abundante y dulce.

 Los vinos de alta calidad solo se los encuentra en los hoteles o en lugares muy especializados en Estambul.

Entre ellos está el blanco Buzbag, con dos soberbias uvas como las Narince y Emir, de aromas delicados y textura muy firme. Tiene una acidez elegante.

En el año 1929, bajo el régimen de Kemal Atatuirk, fundador de la República Turca, el cual era un gran amante del vino, fomentó el cultivo y la producción a nivel industrial. Uno de sus mayores consumidores desde esa época son los alemanes.

Entre los vinos turcos tenemos el Emir, que es blanco de la uva Emir, con notas a pera y frutas tropicales, como naranja y mandarina, efectivamente exótico.

 Los vinos turcos se instauran como grandes señores de la mesa. Sabores que emocionan, y nos dan nostalgia cuando se han ido. Y existe solo una compensación… ¡Otra copa!

Historia de los vinos Turcos

La historia del vino de Turquía constituye en sí mismo un relato de contradicciones, paradojas y dificultades. Hablamos de un solo país, pero con una enorme variedad de perfiles organolépticos en sus vinos debido a los diferentes climas y culturas, que como la propia Turquía se encuentran en el abrazo que funde a Europa y Asia, Oriente y Occidente.

El país posee una de las superficies de viñedos más extensas del mundo y sin embargo, de toda la producción de uva poco más de un 3% está dedicada a la elaboración de vino, una gran paradoja.

Kemal Atatürk, fundador de la república laica mandó construir bodegas estatales durante la década de los 20 del s.XX con el objetivo de convencer al pueblo turco de los beneficios del vino a todos los niveles. Este hecho aseguró la supervivencia de variedades autóctonas de la región de Anatolia que hoy nos apuntan pistas sobre los orígenes de la viticultura.

La ausencia de un mercado doméstico de consumo propio; la prohibición de las importaciones; unos elevadísimos impuestos y la alargada sombra de la cultura musulmana han sido siempre los mayores impedimentos para el desarrollo de la cultura del vino en Turquía, que ha visto como más del 95% de su producción de uva está destinada a la uva de mesa y para la elaboración del licor anisado autóctono Raki.

Sin embargo, Turquía parece haber despertado de su letargo y ha experimentado una suerte de boom vinícola en lo que va de siglo XXI debido principalmente a:

  • El aumento del turismo en general y enológico en particular.
  • Una mayor demanda de consumo interior.
  • La abolición de la prohibición de las importaciones que ha permitido conocer los diferentes vinos del mundo.
  • La privatización del monopolio estatal que ha supuesto una mejora considerable de la calidad de los vinos.
  • La sed de cultura vinícola de los jóvenes turcos, más influenciados por occidente y con menos arraigo religioso.

No obstante, la falta de una legislación vinícola ordenada sigue dificultando la correcta articulación de este aperturismo a toda la sociedad.

Mármara, al oeste del país, cuenta con la mayor concentración de bodegas de Turquía, y sin embargo no alcanza el 16% de uvas cultivadas para la elaboración de vino. Nos encontramos en la región más “europea” del país, no solo en lo cultural, sino en la variedad de sus suelos y su cálido clima mediterráneo.

De las cerca de 150 bodegas del país, más de 100 están ubicadas en Mármara o en la región del Egeo.

Las variedades que aquí se cultivan son principalmente las internacionales, si bien existe un creciente interés por descubrir el potencial de las variedades de vino Turco, las tintas Papaskarasi y Karalahna.

En la región del Egeo, en el interior de Izmir, se produce más de la mitad del total del vino turco. En este privilegiada zona, la historia se nos revela en forma de ricos yacimientos arqueológicos y viñedos dedicados a la elaboración de vinos blancos.

Narince (autóctona); Misket (muscat de grano pequeño) y Sultaniye (sultana) otorgan vinos limpios y frescos.

Dentro la gran Anatolia, que se extiende desde el centro del país hasta la parte situada más al este, besando a Asia; encontramos distintas subregiones, cada una de ellas con un perfil propio:

Así, en los viñedos ubicados a mayor altitud de la Anatolia Central se produce el 14% del vino turco; mientras que en este y sudeste de la región suman apenas un 12% del total. Aquí la producción se articula en pequeñas fincas con a penas unas cuantas filas de vides, nada que ver con las grandes producciones de Mármara o el Egeo.

Destaca en Anatolia Central la nueva zona de viñedos denominada Côtes D’Avanos, ubicada en un paraje inhóspito y volcánico característico de la Capadocia, donde se conocen los secretos de la elaboración del vino desde tiempos de los hititas.

De entre el jardín varietal de la región se significan la fresca Emir como uva blanca y la tinta Kalecik Karasi, cuyos vinos recuerdan a las cerezas y es la favorita de los habitantes de la zona.

Por lo que a la Anatolia oriental y suroriental se refiere, los viñedos padecen unos inviernos tan severos que deben protegerse de las temperaturas que suelen orbitar bajo cero.

En este contexto, la temporada de crecimiento es considerablemente más corta que en las regiones de clima más suave como Mármara.

A pesar de que nuevas bodegas se están afianzando en estas regiones orientales, el grueso del fruto se transporta al oeste para su vinificación, con el riesgo de padecer los estragos del caluroso verano turco.

Las variedades utilizadas para elaborar los mejores exponentes tintos de la Anatolia oriental son la Oküzgözü y la Bogazkere, más tánica y rústica; y juntos constituyen una mezcla muy popular entre los winelovers turcos.

A pesar de todas las dificultades, al vino turco le aguarda un gran futuro. Hoy, las pequeñas bodegas lideran el compromiso de elaborar vinos de mayor complejidad y calidad. Entre ellas destacan Büyülübag, Corvus, Idol, Lykia, Kocabag, Pamukkale, Sevilen, Turasan, Urla, Vinkara o Vinolus.

Es cuestión de tiempo y ordenamiento de la legislación vinícola que el enorme patrimonio y potencial del país se nos devuelva como una realidad a disfrutar por el resto del mundo.

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