Volverán las oscuras golondrinas, por Gustavo Adolfo Bécquer

Rima LIII (Gustavo Adolfo Bécquer, voz de Antonio Mula Franco)


Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres….
ésas… ¡no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.

Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día….
ésas… ¡no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar,
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido…, desengáñate,
así… ¡no te querrán!

Rafael Dominguez

Rafael Dominguez

Cuando joven nunca pensé en alejarme de mi tierra, mi gente...mis costumbres. La historia que todos conocemos me llevo a hacerlo, y de difícil manera. Desde entonces, siempre estuvo Dios a mi lado, pero como a muchos nos sucede, no supe reconocerlo. Cometí errores, que después mucho me pesaron, pero la vida me enseñó que todo es posible cuando tenemos Fe. Aprendí a ser mejor hombre, cuando conocí el amor y la misericordia del Dios de la vida. Hoy vivo en esperanza, aprecio mucho más los regalos que la vida me ofrece. Hago valer más mis días porque ya van quedando menos. Disfruto la música y la lectura...Escribo lo que brota del corazón, pues es mi verdad. Gusto de un buen vino y mejor mesa...espero encontrar quien me acompañe por el resto del camino, donde seremos tres.

Charlie Chaplin

Charles Spencer Chaplin nació en Londres, Inglaterra, el 16 de abril de 1889. Su padre fue un polifacético vocalista y actor; y su madre, conocida bajo el nombre artístico de Lily Harley, fue una atractiva actriz y cantante, que ganó reputación por su trabajo en el campo de la ópera ligera.

Charlie se vio obligado a depender de sus propios recursos antes de cumplir los diez años, ya que la muerte prematura de su padre y la subsiguiente enfermedad de su madre hicieron que Charlie y su hermano, Sydney, tuvieran que valerse por sí mismos.

“El genio musical de Chaplin es el de la revuelta organizada contra las convenciones, combinado con un perfecto sentido de lo real”. -Ray Rasch

Charles Chaplin recordó que en su infancia su madre lo llevaba al teatro, donde él se paraba entre bastidores escuchándola a ella y a los demás actos de los espectáculos de music hall. En casa, en los tiempos más felices, lo entretenía a él ya su hermanastro cantando, bailando, recitando e imitando a otros artistas. Su primera aparición en el escenario a la edad de cinco años se precipitó cuando su voz se quebró frente a una multitud particularmente dura. Charlie, que al parecer ya era un intérprete natural, fue empujada en su lugar y cantó dos canciones, deteniéndose solo para recoger las monedas lanzadas por la audiencia sorprendida y divertida.
En 1898, a los 9 años, comenzó su propia carrera en el music hall con una compañía de bailarines de zuecos juveniles, los Eight Lancashire Lads. Permanecería en el teatro, alternando trabajo y periodos de paro, hasta que se incorporó a la compañía de Fred Karno. Como estrella en ascenso con Karno, viajó a Estados Unidos en 1910 para recorrer los circuitos de vodevil. Stan Laurel, un compañero intérprete de Karno, recordó que durante su gira por Estados Unidos en 1912, Charlie “llevaba su violín a donde podía. Tenía las cuerdas invertidas para poder tocar con la mano izquierda y practicar durante horas. Compró un violonchelo una vez y solía llevarlo consigo. En estos tiempos siempre vestía como un músico, un abrigo largo de color leonado con puños y cuello de terciopelo verde y un sombrero holgado. Y se había dejado crecer el pelo largo en la parte de atrás. Nunca supimos qué iba a hacer a continuación”. Chaplin escribió más tarde que “cada semana tomaba lecciones del director de teatro o de alguien que él me recomendaba. Tenía grandes ambiciones de ser concertista o, en su defecto, de usar [mi violín] en un acto de vodevil, pero con el paso del tiempo me di cuenta de que nunca podría alcanzar la excelencia, así que lo dejé”.

 A fines de 1913, Chaplin dejó Karno para permanecer en Estados Unidos y trabajar en películas. Mientras trabajaba en Mutual Film Company, tuvo la oportunidad de conocer a músicos como Paderewski y Leopold Godowsky, quienes visitaron a la ahora famosa estrella de cine. En 1916 creó su propia editorial musical. “Imprimimos dos mil copias de dos canciones y composiciones musicales mías muy malas, luego esperamos a los clientes. La empresa era colegiada y bastante loca. Creo que vendimos tres copias, dos a peatones que pasaban por nuestra oficina al bajar las escaleras”. De hecho, la Charles Chaplin Music Company cerró sus puertas después de publicar tres canciones de Chaplin: ¡Oh! Ese violonchelo, Siempre hay uno que no puedes olvidar y La patrulla de la paz.
 El cine era obviamente la preocupación más importante de Chaplin, y en 1918 se mudó a sus propios estudios y pudo ejercer el control total de la producción.

En el período mudo, era habitual encargar a arreglistas profesionales que idearan acompañamientos musicales adecuados para películas importantes. Estos generalmente se compilaron a partir de música publicada y se interpretaron en vivo con cualquier combinación instrumental que cada cine individual pudiera permitirse. Chaplin siempre se interesó por la música de sus largometrajes. Aprobó y co-compiló partituras para A Woman of Paris (1923) con Fredrick Stahlberg y con Karli Elinor para The Gold Rush (1925). Sin embargo, no fue hasta que City Lights completó una partitura de larga duración, un debut escuchado por millones de personas en todo el mundo cuando se estrenó la película.

Según el director de orquesta y compositor (y experto en música de Chaplin) Timothy Brock, Chaplin era un afinador nato con verdadero talento para la composición. “Incluso si no sabía leer ni escribir música, las composiciones complejas y sofisticadas estaban completas en su cabeza. Su único problema era lograr que sus colaboradores entendieran y trasladaran al papel lo que él podía tararear o esbozar para ellos en el piano”. Chaplin recordó que, en su opinión, lo único feliz de la llegada del cine sonoro fue que “pude controlar la música, así que compuse la mía. Traté de componer música elegante y romántica para enmarcar mis comedias en contraste con el personaje del vagabundo, porque la música elegante le dio a mis comedias una dimensión emocional. Los arreglistas musicales rara vez entendieron esto. Querían que la música fuera divertida. Pero le explicaría que no quería competencia, quería que la música fuera un contrapunto de seriedad y encanto, para expresar sentimiento…”.

Como explica Brock: “Para sus partituras, Chaplin contó con la ayuda de lo que él denominó como un ‘asociado musical’. Esta era una persona que, en diversos grados de participación, ayudó con la notación y la orquestación de sus composiciones. Chaplin tocaba el violín y el piano de oído, pero, como muchos de los grandes compositores populares de cualquier época, no podía transcribir las notas en papel. Sin embargo, por limitada que sea su capacidad para anotar su obra, casi todas las partituras tienen la indeleble marca de Chaplin. No importa quién sea el asociado, la estructura musical y el enfoque siguen siendo claramente suyos. Además, las grabaciones de la banda sonora contienen elecciones estilísticas extremadamente específicas exclusivas de Chaplin. Por ejemplo, como él mismo era violinista, requería que el ejecutante de cuerdas imitara su estilo de tocar y sus rasgos inequívocos están siempre presentes en los solos de violín extendidos en cada una de sus partituras. La mayoría de los solos de violín extendidos (y todas las partituras de películas de Chaplin los tienen) están escritos de una manera bellamente extraña, pero específica. Su escritura de cuerdas en general contiene un conjunto único de principios que revelan que era un compositor inclinado al sonido, y no a la afabilidad técnica”.

Después de City Lights, Chaplin compuso las partituras de todas sus películas. Como comenta Brock, «Su escritura era tan específica del momento, tan estrechamente sincronizada, que uno casi puede seguir una película de Chaplin simplemente escuchando su partitura sin el beneficio de la imagen».
La fiebre del oro, estrenada originalmente en 1925 como película muda, fue relanzada en 1942 con una narración de Chaplin y una partitura musical que compuso. Le siguieron el Gran Dictador y Monsieur Verdoux. Más tarde, se complació en crear pastiches de canciones y actos de music hall eduardianos para Limelight (1952), y luego escribió parodias de canciones pop de los años 50 para A King in New York (1957). Su interés por el pastiche y la parodia no se limita a la música, ya que las letras también están llenas de humor y juegos de palabras.

La familia Chaplin dejó Hollywood en 1952. En su hogar en Suiza, Chaplin continuó desarrollando su amor y conocimiento por la música y entreteniendo a músicos, entre ellos Arthur Rubinstein, Isaac Stern, Rudolf Serkin y Clara Haskil. Su hija Josephine tiene recuerdos nostálgicos de cómo, regularmente después de la cena, él insistía en que se apagaran las luces y que la familia escuchara a la luz de las velas una grabación tras otra de música clásica.
Los archivos de la familia Chaplin contienen muchas cintas de audio de Chaplin trabajando en el piano, improvisando y tarareando mientras componía. Una vez dijo que incluso si no recordaba cómo sonaba una melodía, podía recordar el patrón que hacía en las notas en blanco y negro del teclado. Entre 1958 y principios de la década de 1970 compuso y grabó música para todas sus otras películas mudas de 1918-1928: Shoulder Arms, The Pilgrim y A Dog’s Life (reeditadas juntas como The Chaplin Revue), The Circus, The Kid, The Idle Class. , Pay Day, A Day’s Pleasure, Sunnyside y A Woman of Paris. Muchas de sus canciones fueron éxitos, en particular las de A Countess from Hong Kong cantada por Petula Clark a fines de la década de 1960. Smile from Modern Times ha sido grabado por cientos de artistas, desde Nat King Cole hasta Michael Jackson.

“Trabajar es vivir, y me encanta vivir”, dijo Chaplin, de 87 años, a los periodistas el 30 de junio de 1976. Murió un año y medio después, el día de Navidad de 1977. La música que compuso hasta casi el final de su vida es un testimonio de su amor por el trabajo y por la vida misma.

Rafael Dominguez

Rafael Dominguez

Cuando joven nunca pensé en alejarme de mi tierra, mi gente...mis costumbres. La historia que todos conocemos me llevo a hacerlo, y de difícil manera. Desde entonces, siempre estuvo Dios a mi lado, pero como a muchos nos sucede, no supe reconocerlo. Cometí errores, que después mucho me pesaron, pero la vida me enseñó que todo es posible cuando tenemos Fe. Aprendí a ser mejor hombre, cuando conocí el amor y la misericordia del Dios de la vida. Hoy vivo en esperanza, aprecio mucho más los regalos que la vida me ofrece. Hago valer más mis días porque ya van quedando menos. Disfruto la música y la lectura...Escribo lo que brota del corazón, pues es mi verdad. Gusto de un buen vino y mejor mesa...espero encontrar quien me acompañe por el resto del camino, donde seremos tres.

Jose Antonio Ramos Sucre

YO QUISIERA estar entre vacías tinieblas, porque el mundo lastima cruelmente mis sentidos y la vida me aflige, impertinente amada que me cuenta amarguras.

Entonces me habrán abandonado los recuerdos: ahora huyen y vuelven con el ritmo de infatigables olas y son lobos aullantes en la noche que cubre el desierto de nieve.

El movimiento, signo molesto de la realidad, respeta mi fantástico asilo; mas yo lo habré escalado de brazo con la muerte. Ellas es una blanca Beatriz, y, de pies sobre el creciente de la luna, visitará la mar de mis dolores. Bajo su hechizo reposaré eternamente y no lamentaré más la ofendida belleza ni el imposible amor.

Discurso del contemplativo

Amo la paz y la soledad; aspiro a vivir en una casa espaciosa y antigua donde no haya otro ruido que el de una fuente, cuando yo quiera oír su chorro abundante. Ocupará el centro del patio, en medio de los árboles que, para salvar del sol y del viento el sueño de sus aguas, enlazarán las copas gemebundas. Recibiré la única visita de los pájaros que encontrarán descanso en mi refugio silencioso. Ellos divertirán mi sosiego con el vuelo arbitrario y su canto natural; su simpleza de inocentes criaturas disipará en el espíritu la desazón exasperante del rencor, aliviando mi frente el refrigerio del olvido.

La devoción y el estudio me ayudarán a cultivar la austeridad como un asceta, de modo que ni interés humano ni anhelo terrenal estorbará las alas de mi meditación, que en la cima solemne del éxtasis descansarán del sostenido vuelo; y desde allí divisará mi espíritu el ambiguo deslumbramiento de la verdad inalcanzable.

Las novedades y variaciones del mundo llegarán mitigadas al sitio de mi recogimiento, como si las hubiera amortecido una atmósfera pesada. No aceptaré sentimiento enfadoso ni impresión violenta: la luz llegará hasta mí después de perder su fuego en la espesa trama de los árboles; en la distancia acabará el ruido antes que invada mi apaciguado recinto; la oscuridad servirá de resguardo a mi quietud; las cortinas de la sombra circundarán el lago diáfano e imperturbable del silencio.

Yo opondré al vario curso del tiempo la serenidad de la esfinge ante el mar de las arenas africanas. No sacudirán mi equilibrio los días espléndidos de sol, que comunican su ventura de donceles rubios y festivos, ni los opacos días de lluvia que ostentan la ceniza de la penitencia. En esa disposición ecuánime esperaré el momento y afrontaré el misterio de la muerte.

Ella vendrá, en lo más callado de una noche, a sorprenderme junto a la muda fuente. Para aumentar la santidad de mi hora última, vibrará por el aire un beato rumor, como de alados serafines, y un transparente efluvio de consolación bajará del altar del encendido cielo. A mi cadáver sobrará por tardía la atención de los hombres; antes que ellos, habrán cumplido el mejor rito de mis sencillos funerales el beso virginal del aura despertada por la aurora y el revuelo de los pájaros amigos.

 

El resfrío

He leído en mi niñez las memorias de una artista del violoncelo, fallecida lejos de su patria, en el sitio más frío del orbe. He visto la imagen del sepulcro en un libro de estampas. Una verja de hierro defiende el hacinamiento de piedras y la cruz bizantina. Una ráfaga atolondrada vierte la lluvia en la soledad.

La heroína reposa de un galope consecutivo, espanto del zorro vil. El caballo estuvo a punto de perecer en los lazos flexibles de un bosque, en el lodo inerte.

La artista arrojó desde su caballo al sórdido río de China un vaso de marfil, sujeto por medio de un fiador, e ingirió el principio del cólera en la linfa torpe. Allí mismo cautivó y consumió unos peces de sabor terrizo. La heroína usaba de modo preferente el marfil eximio, la materia del olifante de Roldán.

Un sol de azufre viajaba a ras del suelo en la atmósfera de un arenal lejano y un soplo agudo, mensajero de la oscuridad invisible, esparció una sombra de terror en el cauce inmenso.


El tesoro de la fuente cegada

Yo vivía en un país intransitable, desolado por la venganza divina. El suelo, obra de cataclismos olvidados, se dividía en precipicios y montañas, eslabones diseminados al azar. Habían perecido los antiguos moradores, nación desalmada y cruda.

Un sol amarillo iluminaba aquel país de bosques cenicientos, de sombras hipnóticas, de ecos ilusorios.

Yo ocupaba un edificio milenario, festonado por la maleza espontánea, ejemplar de una arquitectura de cíclopes, ignaros del hierro.

La fuga de los alces huraños alarmaba las selvas sin aves.

Tú sucumbías a la memoria del mar nativo y sus alciones. Imaginabas superar con gemidos y plegarias la fatalidad de aquel destierro, y ocupabas algún intervalo de consolación musitando cantinelas borradas de tu memoria atribulada.

El temporal desordenaba tu cabellera, aumento de una figura macilenta, y su cortejo de relámpagos sobresaltaba tus ojos de violeta.

El pesar apagó tu voz, sumiéndote en un sopor inerte. Yo depuse tu cuerpo yacente en el regazo de una fuente cegada, esperando tu despertamiento después de un ciclo expiatorio.

Pude salvar entonces la frontera del país maléfico, y escapé navegando un mar extremo en un bajel desierto, orientado por una luz incólume.

Jorge Lezama Lima

José Lezama Lima es el nombre por el cual se conoce a un escritor oriundo de Cuba, que nació en La Habana en el año 1910 y falleció en la misma ciudad en 1976. Luego de haber recibido una educación básica orientada a la literatura, escogió para su formación universitaria la carrera de Derecho. Comenzó a difundir sus obras a través de la prensa y a la edad de 27 años creó, con ayuda de René Villanovo, la revista Verbum, que tuvo tan sólo tres números pero representó un importante canal de expresión artística e ideológica para sus participantes, y que fue la primera de las cuatro fundadas por él, cada una obteniendo más repercusión que la anterior. A diferencia de otros hombres de letras, Lima tan sólo dejó su país en dos ocasiones, para realizar cortos viajes dentro de Centroamérica.
Sin duda alguna, el nombre de Lezama Lima está fundido al de la novela «Paradiso», su obra cumbre y la más controversial de su carrera. Pero este autor cultivó diversos géneros, siempre con buenos resultados; sus publicaciones más destacadas incluyen el poemario «Fragmentos a su imán», el libro de cuentos «Juego de las decapitaciones» y el ensayo «No me gustaba Colombia». Con un título que dice mucho, el poema «Octavio Paz» resalta entre los presentes a continuación.

Poemas del Alma

A SANTA TERESA SACANDO UNOS IDOLILLOS

…por hacerme placer, me vino a dar
el idolillo, el cual hice echar luego en un río.
SANTA TERESA: Vida

Los ídolos de cobre sobre el río
pusiste en obra del amor llagado.
Su casta fuera, redoble enamorado
tuerce la mueca de inhumano brío.

Cuando la imagen balbuciente al frío
lastima su rostro, espejo despreciado,
y demonio alado disfraza el poderío
que es menester para no ser penado.

Navega el ídolo y no se cierra,
flor especial en noche eterna crece,
cerca al rocío, ángel de la tierra.

Y así en enojos al barro se decrece.
Sólo el fuego libera si se encierra
y sin buscar el fuego, palidece.

El abrazo

Los dos cuerpos
avanzan, después de romper el espejo
intermedio, cada cuerpo reproduce
el que está enfrente, comenzando
a sudar como los espejos.
Saben que hay un momento
en que los pellizcará una sombra
algo como el rocío, indetenible como el humo.
La respiración desconocida
de lo otro, del cielo que se inclina
y parpadea, se rompe
muy despacio esa cáscara de huevo.

La mano puesta en el hombro de la mujer.
Nace en ellos otro temblor,
el invisible, el intocable, el que está ahí,
grande como la casa, que es otro cuerpo
que contiene y luego se precipita
en un río invisible, intocable.
Las piernas tiemblan, afanosas de llegar
a la tierra descifrada,
están ahora en el cuerpo sellado.
Comienza apoyándose enteramente,
un cuerpo oscuro que penetra
en la otra luz
que se va volviendo oscura
y que es ella ahora la que comienza
a penetrar.
Lo oscuro húmedo que desciende
en nuestro cuerpo.
Tiemblan como la llama
rodeada de un oscilante cuerpo oscuro.
La penetración en lo oscuro,
pero el punto de apoyo es ligeramente incandescente,
después luminoso
como los ojos acabados de nacer,
cuando comienzan su victoriosa aprobación.

La mano no está ya en el otro hombro.
Se establece otro puente
que respaldan los cuerpos penetrantes.
Ya los dos cuerpos desaparecen,
es la gran nebulosa oscura
que apuntala su aspa de molino.
Los dos cuerpos giran
en la rueda de volantes chispas.
Como después de una lenta y larga nadada,
reaparecen los cabellos llenos de tritones.
Miramos hacia atrás separando el oleaje
Y aparece el desierto con alfombras y dátiles.

Los dos cuerpos desparecen
en un punto que abre su boca.
Lo húmedo, lo blando,
la esponja infinitamente extensiva,
responden en la puerta,
abrillantada con ungüentos
de potros matinales
y luces de faisanes con los ojos apenas recordados.

El dolmen que regala los dones
en la puerta aceitada,
suena silenciosamente su madera vieja.
Los dos cuerpos desaparecen
y se unen en el borde de una nube.
La manta, la lechuza marina,
seca el sudor estrellado
que los cuerpos exhalan en la crucifixión.
El árbol y el falo
no conocen la resurrección,
nacen y decrecen con la media luna
y el incendio del azufre solar.
Los dos cuerpos ceñidos,
el rabo del canguro
y la serpiente marina,
se enredan y crujen en el casquete boreal.

Cuerpo desnudo

Cuerpo desnudo en la barca.
Pez duerme junto al desnudo
que huido del cuerpo vierte
un nuevo punto plateado.

Entre el boscaje y el punto
estática barca exhala.
Tiembla en mi cuello la brisa
y el ave se evaporaba.

El imán entre las hojas
teje una doble corona.
Sólo una rama caída

ilesa la barca escoge
el árbol que rememora
sueño de sierpe a la sombra.

Lo inaudible

Es inaudible,
no podremos saber si las hojas
se acumulan y suenan al encaramarse
la mirona lagartija sobre la hoja.
Nos roza la frente
y creemos que es un pañuelo
que nos está tapando los ojos.
El oro caminaba
después hacia la hoja
y la hoja iba hacia la casa
vacía del otoño, donde lo inaudible
se abrazaba con lo invisible
en un silencioso gesto de júbilo.
Lo inaudible
gustaba del vuelo de las hojas,
reposaba entre el árbol inmóvil
y el río de móvil memoria.
Mientras lo inaudible lograba
su reino, la casa oscilaba,
pero su interior permanecía intocable.
De pronto, una chispa
se unió a lo inaudible
y comenzó a arder escondido
debajo del sonido facetado del espejo.
La casa recuperó su movilidad
y comenzó de nuevo a navegar.

Versos sencillos: Jose Martí

Versos Sencillos
José Martí
(1853—1895)

Versos Sencillos (1891)

 

I

Yo soy un hombre sincero
De donde crece la palma.
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.

Yo vengo de todas partes,
Y hacia todas partes voy:
Arte soy entre las artes,
En los montes, monte soy.

Yo sé los nombres extraños
De las yerbas y las flores,
Y de mortales engaños,
Y de sublimes dolores.

Yo he visto en la noche oscura
Llover sobre mi cabeza
Los rayos de lumbre pura
De la divina belleza.

Alas nacer vi en los hombros
De las mujeres hermosas:
Y salir de los escombros,
Volando las mariposas.

He visto vivir a un hombre
Con el puñal al costado,
Sin decir jamás el nombre
De aquélla que lo ha matado.

Rápida como un reflejo,
Dos veces vi el alma, dos:
Cuando murió el pobre viejo,
Cuando ella me dijo adiós.

Temblé una vez -en la reja,
A la entrada de la viña,-
Cuando la bárbara abeja
Picó en la frente a mi niña.

Gocé una vez, de tal suerte
Que gocé cual nunca: cuando
La sentencia de mi muerte
Leyó el alcalde llorando.

Oigo un suspiro, a través
De las tierras y la mar,
Y no es un suspiro. -es
Que mi hijo va a despertar.

Si dicen que del joyero
Tome la joya mejor,
Tomo a un amigo sincero
Y pongo a un lado el amor.

Yo he Visto al águila herida
Volar al azul sereno,
Y morir en su guarida
La víbora del veneno.

Yo sé bien que cuando el mundo
Cede, lívido, al descanso,
Sobre el silencio profundo
Murmura el arroyo manso.

Yo he puesto la mano osada
De horror y júbilo yerta,
Sobre la estrella apagada
Que cayó frente a mi puerta.

Oculto en mi pecho bravo
La pena que me lo hiere:
El hijo de un pueblo esclavo
Vive por él, calla y muere.

Todo es hermoso y constante,
Todo es música y razón,
Y todo, como el diamante,
Antes que luz es carbón.

Yo sé que el necio se entierra
Con gran lujo y con gran llanto, –
Y que no hay fruta en la tierra
Como la del camposanto.

Callo, y entiendo, y me quito
La pompa del rimador:
Cuelgo de un árbol marchito
Mi muceta de doctor.

II

Yo sé de Egipto y Nigricia,
Y de Persia y Xenophonte;
Y prefiero la caricia
Del aire fresco del monte.
Yo sé de las historias viejas
Del hombre y de sus rencillas;
Y prefiero las abejas
Volando en las campanillas.
Yo sé del canto del viento
En las ramas vocingleras:
Nadie me diga que miento,
Que lo prefiero de veras.
Yo sé de un gamo aterrado
Que vuelve al redil, y expira,-
Y de un corazón cansado
Que muere oscuro y sin ira.


III

Odio la máscara y vicio
Del corredor de mi hotel:
Me vuelvo al manso bullicio
De mi monte de laurel.
Con los pobres de la tierra
Quiero yo mi suerte echar:
El arroyo de la sierra
Me complace más que el mar.
Denle al vano el oro tierno
Que arde y brilla en el crisol:
A mí denme el bosque eterno
Cuando rompe en él el Sol.
Yo he visto el oro hecho tierra
Barbullendo en la redoma:
Prefiero estar en la sierra
Cuando vuela una paloma.
Busca el obispo de España
Pilares para su altar;
¡En mi templo, en la montaña,
El álamo es el pilar!
Y la alfombra es puro helecho,
Y los muros abedul,
Y la luz viene del techo,
Del techo de cielo azul.
El obispo, por la noche,
Sale, despacio, a cantar:
Monta, callado, en su coche,
Que es la piña de un pinar.
Las jacas de su carroza
Son dos pájaros azules:
Y canta el aire y retoza,
Y cantan los abedules.
Duermo en mi cama de roca
Mi sueño dulce y profundo:
Roza una abeja mi boca
Y crece en mi cuerpo el mundo.
Brillan las grandes molduras
Al fuego de la mañana
Que tiñe las colgaduras
De rosa, violeta y grana.
El clarín, solo en el monte,
Canta al primer arrebol:
La gasa del horizonte
Prende, de un aliento, el Sol.
¡Díganle al obispo ciego,
Al viejo obispo de España
Que venga, que venga luego,
A mi templo, a la montaña!


IV

Yo visitaré anhelante
Los rincones donde a solas
Estuvimos yo y mi amante
Retozando con las olas.
Solos los dos estuvimos,
Solos, con la compañía
De dos pájaros que vimos
Meterse en la gruta umbría.
Y ella, clavando los ojos,
En la pareja ligera,
Deshizo los lirios rojos
Que le dio la jardinera.
La madreselva olorosa
Cogió con sus manos ella,
Y una madama graciosa,
Y un jazmín como una estrella.
Yo quise, diestro y galán,
Abrirle su quitasol;
Y ella me dijo: «¡Qué afán!
¡Si hoy me gusta ver el Sol!».
«Nunca más altos he visto
Estos nobles robledales:
Aquí debe estar el Cristo
Porque están las catedrales.»
«Ya sé dónde ha de venir
Mi niña a la comunión;
De blanco la he de vestir
Con un gran sombrero alón.»
Después, del calor al peso,
Entramos por el camino,
Y nos dábamos un beso
En cuanto sonaba un trino.
¡Volveré, cual quien no existe
Al lago mudo y helado:
Clavaré la quilla triste:
Posaré el remo callado!


V

Si ves un monte de espumas
Es mi verso lo que ves:
Mi verso es un monte, y es
Un abanico de plumas.
Mi verso es como un puñal
Que por el puño echa flor:
Mi verso es un surtidor
Que da un agua de coral.
Mi verso es de un verde claro
Y de un carmín encendido:
Mi verso es un ciervo herido
Que busca en el monte amparo.
Mi verso al valiente agrada:
Mi verso, breve y sincero,
Es del vigor del acero
Con que se funde la espada.


VI

Si quieren que de este mundo
Lleve una memoria grata,
Llevaré, padre profundo
Tu cabellera de plata.
Si quieren por gran favor,
Que lleve más, llevaré
La copia que hizo el pintor
De la hermana que adoré.
Si quieren que a la otra vida
Me lleve todo un tesoro,
¡Llevo la trenza escondida
Que guardo en mi caja de oro!


VII

Para Aragón, en España
Tengo yo en mi corazón
Un lugar todo Aragón,
Franco, fiero, fiel, sin saña.
Si quiere un tonto saber
Por qué lo tengo, le digo
Que allí tuve un buen amigo,
Que allí quise a una mujer.
Allá, en la vega florida
La de la heroica defensa
Por mantener lo que piensa
Juega la gente la vida.
Y si un alcalde lo aprieta
O lo enoja un rey cazurro,
Calza la manta el baturro
Y muere con su escopeta.
Quiero a la tierra amarilla
Que baña el Ebro lodoso:
Quiero el Pilar azuloso
De Lanuza y de Padilla.
Estimo a quien de un revés
Echa por tierra a un tirano:
Lo estimo, si es un cubano;
Lo estimo, si aragonés.
Amo los patios sombríos
Con escaleras bordadas;
Amo las naves calladas
Y los conventos vacíos.
Amo la tierra florida,
Musulmana o española,
Donde rompió su corola
La poca flor de mi vida.


VIII

Yo tengo un amigo muerto
Que suele venirme a ver:
Mi amigo se sienta, y canta;
Canta en voz que ha de doler.
«En un ave de dos alas
«Bogo por el cielo azul:
«Un ala del ave es negra
«Otra de oro Caribú.
«El corazón es un loco
«Que no sabe de un color:
«O es su amor de dos colores,
«O dice que no es amor.
«Hay una loca más fiera
«Que el corazón infeliz:
«La que le chupó la sangre
«Y se echó luego a reír.
«Corazón que lleva rota
«El ancla fiel del hogar,
«Va como barca perdida,
«Que no sabe a dónde va.»
En cuanto llega a esta angustia
Rompe el muerto a maldecir:
Le amanso el cráneo, lo acuesto;
Acuesto al muerto a dormir.


IX

Quiero, a la sombra de un ala,
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.
Eran de lirios los ramos,
Y las orlas de reseda
Y de jazmín: la enterramos
En una caja de seda.
… Ella dio al desmemoriado
Una almohadilla de olor:
El volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.
Iban cargándola en andas
Obispos y embajadores:
Detrás iba el pueblo en tandas,
Todo cargado de flores.
…Ella, Por volverlo a ver,
Salió a verlo al mirador:
El volvió con su mujer:
Ella se murió de amor.
Como de bronce candente
Al beso de despedida
Era su frente ¡la frente
Que más he amado en la vida!
…Se entró de tarde en el río,
La sacó muerta el doctor:
Dicen que murió de frío:
Yo sé que murió de amor.
Allí, en la bóveda helada,
La pusieron en dos bancos;
Besé su mano afilada,
Besé sus zapatos blancos.
Callado, al oscurecer,
Me llamó el enterrador:
¡Nunca más he vuelto a ver
A la que murió de amor!


X

El alma trémula y sola
Padece al anochecer:
Hay baile; vamos a ver
La bailarina española.
Han hecho bien en quitar
El banderón de la acera;
Porque si está la bandera,
No sé, yo no puedo entrar.
Ya llega la bailarina:
Soberbia y pálida llega:
¿Cómo dicen que es gallega?
Pues dicen mal: es divina.
Lleva un sombrero torero
Y una capa carmesí:
¡Lo mismo que un alelí
Que se pusiese un sombrero!
Se ve, de paso, la ceja,
Ceja de mora traidora:
Y la mirada, de mora;
Y como nieve la oreja.
Preludian, bajan la luz,
Y sale en bata y mantón,
La virgen de la Asunción
Bailando un baile andaluz.
Alza, retando, la frente;
Crúzase al hombro la manta:
En arco el brazo levanta;
Mueve despacio el pie ardiente.
Repica con los tacones
El tablado zalamera,
Como si la tabla fuera
Tablado te corazones.
Y va el convite creciendo
En las llamas de los ojos,
Y el manto de flecos rojos
Se va en el aire meciendo.
Súbito, de un salto arranca;
Húrtase, se quiebra, gira;
Abre en dos la cachemira,
Ofrece la bata blanca.
El cuerpo cede y ondea;
La bata abierta provoca,
Es una rosa la boca;
Lentamente taconea.
Recoge, de un débil giro,
El manto de flecos rojos:
Se va, cerrando los ojos,
Se va, como en un suspiro…
Baila muy bien la española,
Es blanco y rojo el mantón:
¡Vuelve, fosca, a su rincón
El alma trémula y sola!


XI

Yo tengo un paje muy fiel
Que me cuida y que me gruñe,
Y al salir, me limpia y bruñe
Mi corona de laurel.
Yo tengo un paje ejemplar
Que no come, que no duerme,
Y que se acurruca a verme
Trabajar, y sollozar.
Salgo y el vil se desliza
Y en mi bolsillo aparece,
Vuelvo, y el terco me ofrece
Una taza de ceniza.
Si duermo, al rayar el día
Se sienta junto a mi cama;
Si escribo, sangre derrama
Mi paje en la escribanía.
Mi paje, hombre de respeto.
Al andar castañetea;
Hiela mi paje, y chispea;
Mi paje es un esqueleto.


XII

En el bote iba remando
Por el lago seductor,
Con el sol que era oro puro
Y en el alma más de un sol.
Y a mis pies vi de repente,
Ofendido del hedor
Un pez muerto, un pez hediondo
En el bote remador


XIII

Por donde abunda la malva
Y da el camino un rodeo,
Iba un ángel de paseo
Con una cabeza calva.
Del castañar por la zona
La pareja se perdía;
La calva resplandecía
Lo mismo que una corona.
Sonaba el hacha en lo espeso
Y cruzó un ave volando;
Pero no se sabe cuándo
Se dieron el primer beso.
Era rubio el ángel; era
El de la calva radiosa,
Como el tronco a que amorosa
Se prende la enredadera.


XIV

Yo no puedo olvidar nunca
La mañanita de otoño
En que le salió un retoño
A la pobre rama trunca.
La mañanita en que, en vano,
Junto a la estufa apagada,
Una niña enamorada
Le tendió al viejo la mano.


XV

Vino el médico amarillo
A darme su medicina,
Con una mano cetrina
Y la otra mano al bolsillo:
¡Yo tengo allá en un rincón
Un médico que no manca
Con una mano muy blanca
Y otra mano al corazón!
Viene, de blusa y casquete,
El grave del repostero,
A preguntarme si quiero
O Málaga o Pajarete:
¡Díganle a la repostera
Que ha tanto tiempo no he visto,
Que me tenga un beso listo
Al entrar la primavera!


XVI

En el alféizar calado
De la ventana moruna,
Pálido como la luna,
Medita un enamorado.
Pálida, en su canapé
De seda tórtola y roja,
Eva, callada, deshoja
Una violeta en el té.


XVII

Es rubia: el cabello suelto
Da más luz al ojo moro:
Voy, desde entonces, envuelto
En un torbellino de oro.
La abeja estival que zumba
Más ágil por la flor nueva,
No dice, como antes, «tumba»;
«Eva» dice: todo es «Eva».
Bajo, en lo oscuro, al temido
Raudal de la catarata;
¡Y brilla el iris, tendido
Sobre las hojas de plata!
Miro, ceñudo, la agreste
Pompa del monte irritado:
¡Y en el alma azul celeste
Brota un jacinto rosado!
Voy, por el bosque, a paseo
A la laguna vecina;
Y entre las ramas la veo,
Y por el agua camina.
La serpiente del jardín
Silba, escupe, y se resbala
Por su agujero: el clarín
Me tiende, trinando, el ala.
¡Arpa soy, salterio soy
Donde vibra el Universo;
Vengo del sol, y al sol voy;
Soy el amor: soy el verso!


XVIII

El alfiler de Eva loca
Es hecho del oro oscuro
Que lo sacó un hombre puro
Del corazón de una roca.
Un pájaro tentador
Le trajo en el pico ayer
Un relumbrante alfiler
De pasta y de similor.
Eva se prendió al oscuro
Talle el diamante embustero:
Y echó en el alfiletero
El alfiler de oro puro.


XIX

Por tus ojos encendidos
Y lo mal puesto de un broche,
Pensé que estuviste anoche
Jugando a juegos prohibidos.
Te odié por vil y alevosa;
Te odié con odio de muerte;
Náusea me daba de verte
Tan villana y tan hermosa.
Y por la esquela que vi
Sin saber cómo ni cuando,
Sé que estuviste llorando
Toda la noche por mí.


XX

Mi amor del aire se azora;
Eva es rubia, falsa es Eva;
Viene una nube, y se lleva
Mi amor que gime y que llora.
Se lleva mi amor que llora
Esa nube que se va;
Eva me ha sido traidora;
¡Eva me consolará!


XXI

Ayer la vi en el salón
De los pintores, y ayer
Detrás de aquella mujer
Se me saltó el corazón.
Sentada en el suelo rudo
Está en el lienzo;
dormidoAl pie, el esposo rendido;
Al seno el niño desnudo.
Sobre unas briznas de paja
Se ven mendrugos mondados;
Le cuelga el manto a los lados,
Lo mismo que una mortaja.
No nace en el torvo suelo
Ni una viola, ni una espiga:
Muy lejos, la casa amiga,
Muy triste y oscuro el cielo.
¡Esa es la hermosa mujer
Que me robó el corazón
En el soberbio salón
De los pintores de ayer!


XXII

Estoy en el baile extraño
De polaina y casaquín
Que dan, del año hacia el fin,
Los cazadores del año.
Una duquesa violeta
Va con un frac colorado;
Marca un vizconde pintado
El tiempo en la pandereta.
Y pasan las chupas rojas
Pasan los tules de fuego,
Como delante de un ciego
Pasan volando las hojas.


XXIII

Yo quiero salir del mundo
Por la puerta natural:
En un carro de hojas verdes
A morir me han de llevar.
No me pongan en lo oscuro
A morir como un traidor;
Yo soy bueno, y como bueno
Moriré de cara al Sol!


XXIV

Sé de un pintor atrevido
Que sale a pintar contento
Sobre la tela del viento
Y la espuma del olvido.
Yo sé de un pintor gigante,
El de divinos colores,
Puesto a pintarle las flores
A una corbeta mercante.
Yo sé de un pobre pintor
Que mira el agua al pintar,
-El agua ronca del mar,-
Con un entrañable amor.


XXV

¡Yo pienso cuando me alegro
Como un escolar sencillo,
En el canario amarillo,
Que tiene el ojo tan negro!
¡Yo quiero, cuando me muera
Sin patria, pero sin amo,
Tener en mi losa un ramo
De flores, y una bandera!


XXVI

Yo que vivo, aunque me he muerto,
Soy un gran descubridor,
Porque anoche he descubierto
La medicina de amor.
Cuando al peso de la cruz
El hombre morir resuelve,
Sale a hacer bien, lo hace, y vuelve
Como de un baño de luz.


XXVII

El enemigo brutal
Nos pone fuego a la casa;
El sable la calle arrasa,
A la luna tropical.
Pocos salieron ilesos
Del sable del español;
La calle, al salir el sol,
Era un reguero de sesos.
Pasa, entre balas, un coche:
Entran, llorando, a una muerta;
Llama una mano a la puerta
En lo negro de la noche.
No hay bala que no taladre
El portón; y la mujer
Que llama, me ha dado el ser;
Me viene a buscar mi madre.
A la boca de la muerte,
Los valientes habaneros
Se quitaron los sombreros
Ante la matrona fuerte.
Y después que nos besamos
Como dos locos, me dijo:
“Vamos pronto, vamos, hijo;
La luna está sola: vamos.”


XXVIII

Por la tumba del cortijo
Donde está el padre enterrado,
Pasa el hijo, de soldado
Del invasor; pasa el hijo.
El padre, un bravo en la guerra,
Envuelto en su pabellón
Alzase; y de un bofetón
lo tiende, muerto, por tierra.
El rayo reluce; zumba
El viento por el cortijo;
El padre recoge al hijo,
Y se lo lleva a la tumba.


XXIX

La imagen del rey, por ley
Lleva el papel del Estado;
El niño fue fusilado
Por los fusiles del rey.
Festejar el santo es ley
Del rey; en la fiesta santa
¡La hermana del niño canta
Ante la imagen del rey!


XXX

El rayo surca, sangriento,
El lóbrego nubarrón:
Echa el barco, ciento a ciento,
Los negros por el portón.
El viento, fiero, quebraba
Los almácigos copudos;
Andaba la hilera, andaba,
De los esclavos desnudos.
El temporal sacudía
Los barracones henchidos;
Una madre con su cría
Pasaba dando alaridos.
Rojo, como en el desierto,
salió el sol al horizonte;
Y alumbró a un esclavo muerto,
Colgado a un seibo del monte.
Un niño lo vio: tembló
De pasión por los que gimen;
Y, al pie del muerto, juró
Lavar con su sangre el crimen!


XXXI

Para modelo de un dios
El pintor lo envió a pedir:
¡Para eso no! ¡para ir,
Patria, a servirse los dos!
Bien estará en la pintura
El hijo que amo y bendigo:
¡Mejor en la ceja oscura,
Cara a cara al enemigo!
Es rubio, es fuerte, es garzón
De nobleza natural:
¡Hijo, por la luz natal!
¡Hijo, por el pabellón!
Vamos, pues, hijo viril;
Vamos los dos; si yo muero,
Me besas: si tú… ¡prefiero
Verte muerto a verte vil!


XXXI

En el negro callejón
Donde en tinieblas paseo,
Alzo los ojos, y veo
La iglesia, erguida, a un rincón.
¿Será misterio?
¿SeráRevelación y poder?
¿Será, rodilla, el deber
De postrarse? ¿Qué será?
Tiembla la noche: en la parra
Muerde el gusano el retoño;
Grazna, llamando al otoño
La hueca y hosca cigarra.
Graznan dos: atento al dúo
Alzo los ojos y veo
Que la iglesia del paseo
Tiene la forma de un búho.


XXXIII

De mi desdicha espantosa
Siento, ¡oh estrellas!, que muero;
Yo quiero vivir, yo quiero
Ver a una mujer hermosa.
El cabello, como un casco,
Le corona el rostro bello:
Brilla su negro cabello
Como un sable de Damasco.
¿Aquélla? …Pues pon la hiel
Del mundo entero en un haz,
Y tállala en cuerpo, y haz,
Un alma entera de hiel!
¿Esta?… Pues ésta infeliz
Lleva escarpines rosados,
Y los labios colorados,
Y la cara de barniz.
El alma lúgubre grita:
«¡Mujer, maldita mujer!»
¡No sé yo quién pueda ser
Entre las dos la maldita!


XXXIV

¡Penas! ¿Quién osa decir
Que tengo yo penas?
Luego,
Después del rayo, y del fuego,
Tendré tiempo de sufrir.
Yo sé de un pesar profundo
Entre las penas sin nombres:
¡La esclavitud de los hombres
Es la gran pena del mundo!
Hay montes, y hay que subir
Los montes altos; ¡después
Veremos, alma, quién es
Quien te me ha puesto al morir!


XXXV

¿Qué importa que tu puñal
Se me clave en el riñón?
¡Tengo mis versos, que son
Más fuerte que tu puñal!
¿Qué importa que este dolor
Seque el mar y nuble el cielo?
El verso, dulce consuelo,
Nace al lado del dolor.


XXXVI

Ya sé: de carne se puede
Hacer una flor; se puede,
Con el poder del cariño,
Hacer un cielo, ¡y un niño!
De carne se hace también
El alacrán; y también
El gusano de la rosa,
Y la lechuza espantosa.


XXXVII

Aquí está el pecho, mujer,
Que ya sé que lo herirás;
¡Más grande debiera ser,
Para que lo hirieses más!
Porque noto, alma torcida,
Que en mi pecho milagroso,
Mientras más honda la herida,
Es mi canto más hermoso.


XXXVIII

¿Del tirano? Del tirano
Di todo, ¡di más!; y clava
Con furia de mano esclava
Sobre su oprobio al tirano.
¿Del error? Pues del error
Di el antro, di las veredas
Oscuras: di cuanto puedas
Del tirano y del error.
¿De mujer? Pues puede ser
Que mueras de su mordida;
¡Pero no empañes tu vida
Diciendo mal de mujer!


XXXIX

Cultivo una rosa blanca
En julio como en enero,
Para el amigo sincero
Que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
El corazón con que vivo,
Cardo ni oruga cultivo;
Cultivo la rosa blanca.


XL

Pinta mi amigo el pintor
Sus angelones dorados,
En nubes arrodillados,
Con soles alrededor.
Pínteme con sus pinceles
Los angelitos medrosos
Que me trajeron, piadosos,
Sus dos ramos de claveles.


XLI

Cuando me vino el honor
De la tierra generosa,
No pensé en Blanca ni en Rosa
Ni en lo grande del favor.
Pensé en el pobre artillero
Que está en la tumba, callado;
Pensé en mi padre, el soldado;
Pensé en mi padre, el obrero.
Cuando llegó la pomposa
Carta, en su noble cubierta,
Pensé en la tumba desierta
No pensé en Blanca ni en Rosa.


XLII

En el extraño bazar
Del amor, junto a la mar,
La perla triste y sin par
Le tocó por suerte a Agar.
Agar de tanto tenerla
Al pecho, de tanto verla
Agar, llegó a aborrecerla;
Majó, tiró al mar la perla.
Y cuando Agar, venenosa
De inútil furia, y llorosa,
Pidió al mar la perla hermosa,
Dijo la mar borrascosa:
«¿Qué hiciste, torpe, qué hiciste
De la perla que tuviste?
La majaste, me la diste;
Yo guardo la perla triste.»


XLIII

Mucho, señora, daría
Por tender sobre tu espalda
Tu cabellera bravía,
Tu cabellera de gualda:
Despacio la tendería,
Callado la besaría.
Por sobre la oreja fina
Baja lustroso el cabello,
Lo mismo que una cortina
Que se levanta hacia el cuello.
La oreja es obra divina
De porcelana de China.
Mucho, señora te diera
Por desenredar el nudo
De tu roja cabellera
Sobre tu cuello desnudo:
Muy despacio la esparciera
Hilo por hilo la abriera.


XLIV

Tiene el leopardo un abrigo
En su monte seco y pardo:
Yo tengo más que el leopardo
Porque tengo un buen amigo.
Duerme, como en un juguete,
La mushma en su cojinete
De arte del Japón yo digo:
“No hay cojín como un amigo”.
Tiene el conde su abolengo;
Tiene la aurora el mendigo;
Tiene ala el ave: ¡yo tengo
Allá en México un amigo!
Tiene el señor presidente
Un jardín con una fuente,
Y un tesoro en oro y trigo:
Tengo más, tengo un amigo.


XLV

Sueño con claustros de mármol
Donde en silencio divino
Los héroes, de pie, reposan:
¡De noche, a la luz del alma,
Hablo con ellos; de noche!
Están en fila: paseo
Entre las filas: las manos
De piedra les beso: abren
Los ojos de piedra: mueven
Los labios de piedra: tiemblan
Las barbas de piedra: empuñan
La espada de piedra: lloran
¡Vibra la espada en la vaina!
Mudo, les beso la mano.
¡Hablo con ellos, de noche!
Están en fila: paseo
Entre las filas: lloroso
Me abrazo a un mármol:
«¡Oh, mármol
Dicen que beben tus hijos
Su propia sangre en las copas
Venenosas de sus dueños!
¡Que hablan la lengua podrida
De sus rufianes! Que comen
Juntos el pan del oprobio,
En la mesa ensangrentada!
Que pierden en lengua inútil
El último fuego! ¡Dicen,
Oh mármol, mármol dormido,
Que ya se ha muerto tu raza!»
Échame en tierra de un bote
El héroe que abrazo: me ase
Del cuello: barre la tierra
Con mi cabeza: levanta
El brazo, ¡el brazo
Le lucelo mismo que un sol!: resuena
La piedra: buscan el cinto
Las manos blancas: del soplo
Saltan los hombres de mármol!


XLVI

Vierte, corazón, tu pena
Donde no te llegue a ver,
Por soberbia, y por no ser
Motivo de pena ajena.
Yo te quiero, verso amigo,
Porque cuando siento el pecho
Ya muy cargado y deshecho,
Parto la carga contigo.
Tú me sufres, tú aposentas
En tu regazo amoroso,
Todo mi amor doloroso,
Todas mis ansias y afrentas.
Tú, porque yo pueda en calma
Amar y hacer bien, consientes
En enturbiar tus corrientes
Con cuanto me agobia el alma.
Tú, porque yo cruce fiero
La tierra, y sin odio, y puro,
Te arrastras, pálido y duro,
Mi amoroso compañero.
Mi vida así se encamina
Al cielo limpia y serena,
Y tu me cargas mi pena
Con tu paciencia divina.
Y porque mi cruel costumbre
De echarme en ti te desvía
De tu dichosa armonía
Y natural mansedumbre;
Porque mis penas arrojo
Sobre tu seno, y lo azotan,
Y tu corriente alborotan,
Y acá, lívido, allá rojo,
Blanco allá como la muerte,
Ora arremetes y ruges,
Ora con el peso crujes
De un dolor más que tú fuerte,
¿Habré, como me aconseja
Un corazón mal nacido,
De dejar en el olvido
A aquel que nunca me deja?
¡Verso, nos hablan de un Dios
A donde van los difuntos:
Verso, o nos condenan juntos,
O nos salvamos los dos!

Botín, el restaurante más antiguo del mundo

“Comimos cochinillo y bebimos Rioja Alta. Brett no comió gran cosa. Yo me di un atracón y me bebí tres botellas”, así relataba Ernest Hemingway en el libro Fiesta la experiencia de su alter ego, Jake, en el restaurante Botín de Madrid, “uno de los mejores restaurantes del mundo”, escribía en su libro el autor estadounidense.

El premio Nobel de literatura no fue el único que incluyó al restaurante más antiguo del mundo en una obra literaria. Benito Pérez Galdós, Ramón Gómez de la Serna, Graham Greene, James A. Michener, entre otros, llevaron a comer a algunos de sus personajes a este restaurante madrileño, que abrió sus puertas en 1725. No obstante, la amistad de Hemingway con Emilio González, propietario de Botín por aquel entonces, provoca cierta curiosidad en el establecimiento.

¡Hemingway no fue el único que incluyó al restaurante más antiguo del mundo en una obra literaria!

 

De esa relación surgieron anécdotas, como la poca destreza en los fogones del escritor. El antiguo dueño intentó enseñar a Hemingway cómo se preparaba una paella, algo que no acabó muy bien cuando Emilio le manifestó: “Don Ernesto, vamos hacer una cosa, usted siga escribiendo libros y yo sigo cocinando, ¿le parece?”.

No obstante, pese a la fama que le pudiera otorgar el escritor, el restaurante ya llevaba en activo más de dos siglos, sin cambiar de ubicación, ni cesar su actividad un solo día, ni durante la Guerra Civil, claves para entender el reconocimiento que le otorgó Guinness en 1987 por haber estado siempre operativo, a diferencia de otros restaurantes más antiguos.

Hay que retroceder casi tres cientos años para conocer el nacimiento de la pequeña posada del número 17 de la calle Cuchilleros, regentada ahora por la tercera generación de los González, en la que fieles y turistas se empapan de la inspiración de Hemingway, a base de cochinillos segovianos y corderos burgaleses.

Aunque es conocido como Restaurante Botín o Casa Botín, en el letrero se puede leer: “Restaurante Sobrino de Botín”. Según explica la propia web del restaurante, un sobrino de Jean Botín –un cocinero francés, que se instaló junto a su mujer en Madrid para trabajar para algún noble de la Corte– decidió abrir el establecimiento después de hacer algunas reformas. No obstante, la función de la posada no era como la de los restaurantes actuales, ya que durante aquella época, tan sólo se permitía cocinar aquello que traía el huésped .

La pequeña posada, con más de 293 años, está regentada ahora por la tercera generación de los González

 

Y en estos 293 años de historia, no solo han pasado artistas por sus mesas, también los hay que han pasado por la cocina de Casa Botín. Además del aprendiz Hemingway, se dice que un joven Francisco de Goya trabajó allí como friegaplatos mientras buscaba un nuevo maestro.

No obstante, pese a toda la historia que guarda el restaurante, incluida la bodega, del 1590, Luis Javier Sánchez, director adjunto del restaurante, aseguró en Great Big Story que “el horno es nuestra joya de la corona”. Un horno que “no se ha apagado nunca en 293 años”. La razón –ha explicado varias veces– se debe a “tiene que mantener el calor por la noche para asar por la mañana”.

Por lo que respecta a los platos, obviando el tan demandado cochinillo, “las recetas son de los abuelos”, a las que llama “las de siempre”. Es esto lo que permite seguir con la tradición, ya que se enseña de generación en generación. Sin embargo, reconoció que no pueden imitar el estilo de los restaurantes actuales, que “ofrecen platos sofisticados con diseños y dibujos”.

Para Sánchez es “importante mantener las tradiciones y que no se pierdan las recetas antiguas”. Si se perdieran las recetas, “sería un drama”. Por ahora, seguirán poniendo sobre la mesa “un buen cochinillo, unas buenas patatas, un plato de jamón” para que el comensal “disfrute y sea feliz”. Algo que llevan haciendo casi tres siglos y que esperan que perdure.

Botín

DIRECCIÓN

Calle de Cuchilleros, 17, 28005 Madrid

913 66 42 17

https://www.botin.es/

Dulce María Loynaz

 
Nacimiento
10 de diciembre de 1902
La Habana
 
Fallecimiento
27 de abril de 1997 94 años
La Habana
 
Causa de muerte
Cáncer
 
Dulce María Loynaz fue una de las poetisas más importantes tanto en su tierra como en el mundo entero; nació en la ciudad de La Habana el 10 de diciembre de 1902 y falleció allí también el 27 de abril de 1997. Sus hermanos también cultivaron la poesía, aunque sólo ella dio el siguiente paso y se atrevió a publicar sus obras. Luego de haber recibido una educación privilegiada, gracias a la acomodada posición de su familia, se doctoró en Leyes y sus años de dedicación a su carrera fueron premiados con la Orden González Lanuza, convirtiéndola en la primera mujer en recibirla. Durante casi dos décadas, colaboró con el diario La Nación de su región, donde publicó sus primeras poesías.
Como escritora cultivó más de un género y recibió importantes premios, como el Cervantes y el Nacional de Literatura en Cuba. Además fue nombrada miembro de número en la Academia Cubana de la Lengua. En su vasta obra encontramos los poemarios «Juegos de agua», «Poemas náufragos», «Melancolía de otoño» y «Poemas sin nombre», la novela «Jardín», admirada por Gabriela Mistral, sus ensayos «Canto a la mujer» y «La palabra en el aire» y los epistolarios «Cartas a Julio Orlando» y «Cartas de Egipto», inspirado en un viaje que realizó con su madre.
 
Publicó sus primeros poemas en La Nación, en 1920, año en que también visitó los Estados Unidos. A partir de esa fecha realizó numerosos viajes por Norteamérica y casi toda Europa, incluyendo visitas a Turquía, Siria, Libia, Palestina y Egipto. Visitó México en 1937, varios países de Sudamérica entre 1946 y 1947 y las Islas Canarias en 1947 y 1951, donde fue declarada hija adoptiva.
 
Sus primeras obras aparecieron en el periódico La Nación a la edad de 17 años: Invierno de almas y Vesperal; en dicha publicación aparecieron otros textos entre 1920 y 1938. En 1929 Dulce María, junto a su madre y hermana, realiza un viaje por el Medio Oriente donde visitaron Turquía, Siria, Libia, Palestina y Egipto. Este último viaje afectó especialmente a la poetisa que, luego de visitar el museo de Luxor y ver la tumba de Tutankamón, escribiría un poema epistolar lírico y de profunda connotación romántica al desaparecido faraón.
 
En 1947 publica el poemario Juegos de agua, y a partir de 1950 un editor español se interesa por la obra de la cubana, publicando varios de sus trabajos. De esta época, específicamente de 1951, data la publicación de su única novela, Jardín. Le seguirían Carta de amor al rey Tut-Ank-Amen (1953), Poemas sin nombre (1958) y Un verano en Tenerife, (libro de viajes) que, según la autora, fue «lo mejor que he escrito», entre otras cosas porque la poetisa, en su primer viaje a esa isla, quedó prendada de ella y llegó a adoptar a España como su segunda patria. También su obra tuvo una gran acogida en ese país.
 
A raíz del triunfo de la Revolución cubana, la poeta se auto-aisló de la vida social durante largo tiempo en su casona de El Vedado. Sin embargo, fue su actitud apolítica, en un país donde se instauraba un nuevo régimen, lo que le costó el desconocimiento en su propia tierra.​ Recibió numerosas ofertas de España y EE. UU., pero nunca abandonó su país, quizás por ser la hija de un general del ejército libertador. En una ocasión le propusieron abandonar su Patria y expresó: «Yo soy hija de uno que luchó por la libertad de Cuba, quien tiene que irse es el hijo de quien quería que siguiera siendo colonia». Vivió en un exilio interno dentro de su propio país.
 
Sus últimas publicaciones en Cuba fueron Poemas escogidos (1985), Bestiarium (1991) y La novia de Lázaro (1991). La Diputación de Cádiz publicó, en 1992, Poemas náufragos, y la editorial Espasa Calpe una amplia antología de su obra. Igualmente, en 2001, un joven investigador cubano actualmente radicado en México, Roberto Carlos Hernández Ferro, publica con la editorial habanera Extramuros una selección de poemas casi desconocidos de la Loynaz, considerados sus primeros textos, que se encontraban dispersos en prensa periódica de la década del veinte. Esta selección se agrupó bajo el título de El áspero sendero, nombre que también corresponde al primer poema de dicha selección, en la cual, con notable valor exegético, el compilador aclara en su prólogo la correcta fecha de publicación del sonetario «Diez sonetos a Cristo», en el diario La Nación, que fue abril de 1920 y no en el año 1921, en la Revista de la Asociación Femenina de Camagüey, como se había manejado hasta entonces.
 
El 15 de abril de 1997 es homenajeada en su residencia de E y 19 en El Vedado por el Centro Cultural de España en La Habana, en el 45º aniversario de su obra Jardín. Ese mismo día fue internada en el hospital CIMED en muy delicado estado de salud.
 
Falleció el 27 de abril de 1997, a los 94 años de edad, producto de un paro cardiorrespiratorio, sin dejar descendencia alguna, ni ella ni ninguno de sus otros tres hermanos. Fue sepultada en el panteón familiar la mañana del día 28, presunta fecha del cumpleaños de su fallecido esposo Pablo Álvarez de Cañas. Asistieron importantes figuras del ámbito cultural y político cubano, así como representantes de la Iglesia católica, pero fundamentalmente estaba su pueblo, para decirle el último adiós a la poetisa, mientras de fondo se escuchaba su propia voz en los altavoces, declamando parte de la obra que la hizo merecedora del Premio Cervantes (Nobel de las letras hispanas).
 
Obra poética:
Versos (1950)
Juegos de agua
Poemas sin nombre (1953)
Últimos días de una casa (1958)
Poemas escogidos (1985)
Poemas náufragos (1991)
Bestiarium (1991)
Finas redes (1993)
La novia de Lázaro (1993)
Poesía completa (1993)
Melancolía de otoño (1997)
La voz del silencio (2000)
El áspero sendero (2001)
Otros géneros
Jardín (1951) -novela-
Un verano en Tenerife (1958) -libro de viajes-
Yo fui (feliz) en Cuba (1993) -crónicas-
Canto a la mujer. Tomo I y II (1993) -ensayo-
Confesiones de Dulce María Loynaz (1993) -entrevistas-
Fe de vida (1994) -ensayo-
Cartas a Julio Orlando (1994) -epistolario-
Un encuentro con Dulce María Loynaz (1994) -entrevistas-
Alas en la sombra (1995) -texto autobiográfico-
Cartas que no se extraviaron (1997) -epistolario-
Cartas de Egipto (2000) -epistolario-
La palabra en el aire (2000) -ensayo
 
 
 

Viento: Octavio Paz

Octavio Paz
Cantan las hojas,
bailan las peras en el peral;
gira la rosa,
rosa del viento, no del rosal.
Nubes y nubes
flotan dormidas, algas del aire;
todo el espacio
gira con ellas, fuerza de nadie.

Todo es espacio;
vibra la vara de la amapola
y una desnuda
vuela en el viento lomo de ola.

Nada soy yo,
cuerpo que flota, luz, oleaje;
todo es del viento
y el viento es aire siempre de viaje.

Entre ir y quedarse

Entre irse y quedarse duda el día,
enamorado de su transparencia.

La tarde circular es ya bahía:
en su quieto vaivén se mece el mundo.

Todo es visible y todo es elusivo,
todo está cerca y todo es intocable.

Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz
reposan a la sombra de sus nombres.

Latir del tiempo que en mi sien repite
la misma terca sílaba de sangre.

La luz hace del muro indiferente
un espectral teatro de reflejos.

En el centro de un ojo me descubro;
no me mira, me miro en su mirada.

Se disipa el instante. Sin moverme,
yo me quedo y me voy: soy una pausa.

Libertad bajo palabra

Viento
Cantan las hojas,
bailan las peras en el peral;
gira la rosa,
rosa del viento, no del rosal.
Nubes y nubes
flotan dormidas, algas del aire;
todo el espacio
gira con ellas, fuerza de nadie.

Todo es espacio;
vibra la vara de la amapola
y una desnuda
vuela en el viento lomo de ola.

Nada soy yo,
cuerpo que flota, luz, oleaje;
todo es del viento
y el viento es aire
siempre de viaje.

Viento

Cantan las hojas,
bailan las peras en el peral;
gira la rosa,
rosa del viento, no del rosal.
Nubes y nubes
flotan dormidas, algas del aire;
todo el espacio
gira con ellas, fuerza de nadie.

Todo es espacio;
vibra la vara de la amapola
y una desnuda
vuela en el viento lomo de ola.

Nada soy yo,
cuerpo que flota, luz, oleaje;
todo es del viento
y el viento es aire siempre de viaje.

Bajo tu clara sombra

Un cuerpo, un cuerpo solo, un sólo cuerpo
un cuerpo como día derramado
y noche devorada;
la luz de unos cabellos
que no apaciguan nunca
la sombra de mi tacto;
una garganta, un vientre que amanece
como el mar que se enciende
cuando toca la frente de la aurora;
unos tobillos, puentes del verano;
unos muslos nocturnos que se hunden
en la música verde de la tarde;
un pecho que se alza
y arrasa las espumas;
un cuello, sólo un cuello,
unas manos tan sólo,
unas palabras lentas que descienden
como arena caída en otra arena….

Esto que se me escapa,
agua y delicia obscura,
mar naciendo o muriendo;
estos labios y dientes,
estos ojos hambrientos,
me desnudan de mí
y su furiosa gracia me levanta
hasta los quietos cielos
donde vibra el instante;
la cima de los besos,
la plenitud del mundo y de sus formas.

La poesía

A Luis Cernuda

Llegas, silenciosa, secreta,
y despiertas los furores, los goces,
y esta angustia
que enciende lo que toca
y engendra en cada cosa
una avidez sombría.

El mundo cede y se desploma
como metal al fuego.
Entre mis ruinas me levanto,
solo, desnudo, despojado,
sobre la roca inmensa del silencio,
como un solitario combatiente
contra invisibles huestes.

Verdad abrasadora,
¿A qué me empujas?
No quiero tu verdad,
tu insensata pregunta.
¿A qué esta lucha estéril?
No es el hombre criatura capaz de contenerte,
avidez que sólo en la sed se sacia,
llama que todos los labios consume,
espíritu que no vive en ninguna forma
mas hace arder todas las formas.

Subes desde lo más hondo de mí,
desde el centro innombrable de mi ser,
ejército, marea.
Creces, tu sed me ahoga,
expulsando, tiránica,
aquello que no cede
a tu espada frenética.
Ya sólo tú me habitas,
tú, sin nombre, furiosa substancia,
avidez subterránea, delirante.

Golpean mi pecho tus fantasmas,
despiertas a mi tacto,
hielas mi frente,
abres mis ojos.

Percibo el mundo y te toco,
substancia intocable,
unidad de mi alma y de mi cuerpo,
y contemplo el combate que combato
y mis bodas de tierra.

Nublan mis ojos imágenes opuestas,
y a las mismas imágenes
otras, más profundas, las niegan,
ardiente balbuceo,
aguas que anega un agua más oculta y densa.
En su húmeda tiniebla vida y muerte,
quietud y movimiento, son lo mismo.

Insiste, vencedora,
porque tan sólo existo porque existes,
y mi boca y mi lengua se formaron
para decir tan sólo tu existencia
y tus secretas sílabas, palabra
impalpable y despótica,
substancia de mi alma.

Eres tan sólo un sueño,
pero en ti sueña el mundo
y su mudez habla con tus palabras.
Rozo al tocar tu pecho
la eléctrica frontera de la vida,
la tiniebla de sangre
donde pacta la boca cruel y enamorada,
ávida aún de destruir lo que ama
y revivir lo que destruye,
con el mundo, impasible
y siempre idéntico a sí mismo,
porque no se detiene en ninguna forma
ni se demora sobre lo que engendra.

Llévame, solitaria,
llévame entre los sueños,
llévame, madre mía,
despiértame del todo,
hazme soñar tu sueño,
unta mis ojos con aceite,
para que al conocerte me conozca.

Poemas
Entre ir y quedarse

Entre irse y quedarse duda el día,
enamorado de su transparencia.

La tarde circular es ya bahía:
en su quieto vaivén se mece el mundo.

Todo es visible y todo es elusivo,
todo está cerca y todo es intocable.

Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz
reposan a la sombra de sus nombres.

Latir del tiempo que en mi sien repite
la misma terca sílaba de sangre.

La luz hace del muro indiferente
un espectral teatro de reflejos.

En el centro de un ojo me descubro;
no me mira, me miro en su mirada.

Se disipa el instante. Sin moverme,
yo me quedo y me voy: soy una pausa.

Libertad bajo palabra

Viento
Cantan las hojas,
bailan las peras en el peral;
gira la rosa,
rosa del viento, no del rosal.
Nubes y nubes
flotan dormidas, algas del aire;
todo el espacio
gira con ellas, fuerza de nadie.

Todo es espacio;
vibra la vara de la amapola
y una desnuda
vuela en el viento lomo de ola.

Nada soy yo,
cuerpo que flota, luz, oleaje;
todo es del viento
y el viento es aire
siempre de viaje.

Viento

Cantan las hojas,
bailan las peras en el peral;
gira la rosa,
rosa del viento, no del rosal.
Nubes y nubes
flotan dormidas, algas del aire;
todo el espacio
gira con ellas, fuerza de nadie.

Todo es espacio;
vibra la vara de la amapola
y una desnuda
vuela en el viento lomo de ola.

Nada soy yo,
cuerpo que flota, luz, oleaje;
todo es del viento
y el viento es aire siempre de viaje.

Bajo tu clara sombra

Un cuerpo, un cuerpo solo, un sólo cuerpo
un cuerpo como día derramado
y noche devorada;
la luz de unos cabellos
que no apaciguan nunca
la sombra de mi tacto;
una garganta, un vientre que amanece
como el mar que se enciende
cuando toca la frente de la aurora;
unos tobillos, puentes del verano;
unos muslos nocturnos que se hunden
en la música verde de la tarde;
un pecho que se alza
y arrasa las espumas;
un cuello, sólo un cuello,
unas manos tan sólo,
unas palabras lentas que descienden
como arena caída en otra arena….

Esto que se me escapa,
agua y delicia obscura,
mar naciendo o muriendo;
estos labios y dientes,
estos ojos hambrientos,
me desnudan de mí
y su furiosa gracia me levanta
hasta los quietos cielos
donde vibra el instante;
la cima de los besos,
la plenitud del mundo y de sus formas.

 

Grandes Tenores

Luciano Pavarotti (Italiano: [luˈtʃaːno pavaˈrɔtti]Módena12 de octubre de 1935Ib.6 de septiembre de 2007)​ fue un tenor italiano, uno de los cantantes contemporáneos más famosos de las últimas décadas tanto en el mundo del canto lírico como en otros géneros musicales, considerado uno de los mejores de toda la historia. Fue muy conocido por sus conciertos televisados y como uno de Los Tres Tenores junto con Plácido Domingo y José Carreras. Su papel más representativo fue el de Rodolfo, de la ópera La bohème de Giacomo Puccini.

5 poemas de Virgilio Piñera

Encuadrado en la literatura del absurdo, fusionó géneros líricos hasta conseguir un estilo personal. Aquí te traemos 5 poemas de Virgilio Piñera para conocer mejor la obra del autor cubano.

El hechizado

 

A Lezama, en su muerte

Por un plazo que no pude señalar
me llevas la ventaja de tu muerte:
lo mismo que en la vida, fue tu suerte
llegar primero. Yo, en segundo lugar.

Estaba escrito. ¿Dónde? En esa mar
encrespada y terrible que es la vida.
A ti primero te cerró la herida:
mortal combate del ser y del estar.

Es tu inmortalidad haber matado
a ese que te hacía respirar
para que el otro respire eternamente.

Lo hiciste con el arma Paradiso.
-Golpe maestro, jaque mate al hado-.
Ahora respira en paz. Viva tu hechizo.

 

Isla

 

Aunque estoy a punto de renacer,
no lo proclamaré a los cuatro vientos
ni me sentiré un elegido:
sólo me tocó en suerte,
y lo acepto porque no está en mi mano
negarme, y sería por otra parte una descortesía
que un hombre distinguido jamás haría.
Se me ha anunciado que mañana,
a las siete y seis minutos de la tarde,
me convertiré en una isla,
isla como suelen ser las islas.
Mis piernas se irán haciendo tierra y mar,
y poco a poco, igual que un andante chopiniano,
empezarán a salirme árboles en los brazos,
rosas en los ojos y arena en el pecho.
En la boca las palabras morirán
para que el viento a su deseo pueda ulular.
Después, tendido como suelen hacer las islas,
miraré fijamente al horizonte,
veré salir el sol, la luna,
y lejos ya de la inquietud,
diré muy bajito:
¿así que era verdad?

 

Los desastres

 

I

Nadie medita la murena.
Un tema de la romanidad:
yo no sugiero los esclavos,
no digo la voracidad.

Entre la cabeza y la cola,
en ese espacio sin salida
la murena se desola.
No es un problema de comida.

Todo el mundo pontificaba
que la murena resolvía
un punto de gastronomía.
Quizá si el césar sabía…

El esclavo bajo las aguas
era un pretexto romano;
el pueblo chocaba las manos,
la murena se oscurecía.

La beatitud de la murena
no salía a la superficie.
¿Qué cabellera para asirla?
si la murena es la calvicie.

La salvación por un cabello,
la beatitud en el espacio;
la murena como un palacio
deshabitado no podría.

Nadie defina que es marino
el silencio de la murena;
es un silencio repentino
el silencio de la murena.

Escucha entre dos sonidos
su silencio como una almena.
Su silencio de murena
es la flor del escalofrío.

Muerde la memoria acuática
la fulguración de su lomo
y la tristeza como un plomo
muestra la murena enigmática.

I I

La ostra en su tiniebla asume
el quietismo, el modo linfático;
su duración se resume
en el estar matemático.

Entre nadas su ser inunda.
Chorros de nada para hacerla,
¿cómo puede ser que la perla
sea la enfermedad de una tumba?

La delectación en su costra
es el juego de la mortaja
¿no sabe separar la ostra
el abanico de la caja?

El abanico inconsolable
en el aire de la campana
sobre la ostra se amortaja
como un estilo memorable.

Ninguna mano pueda alzarte
en su concha Venus surgente;
bajo ese techo era su arte:
el de la ostra secamente.

Hila su palpitación verde
con simetría de sepulcro;
yo no sugiero llamar pulcro
al consonante que se pierde.

Pero su ataraxia anula
al motor del conocimiento:
no rima la ostra simula
el artificio del acento.

El artificio donde habita
la música que no se escucha:
la música como una trucha,
bajo su hielo se ejercita.

En el artificio se afina
la única testa que no piensa.
Y apoyada sobre su ruina
la ostra la música trenza.

I I I

Esa manera de la hiena
Despide un olor especial;
no es un capítulo del mal
esa manera de la hiena.

Su pestilencia desconoce.
Ese tema de la literatura.
La cantidad de su fragancia
reconstruye esa boca pura.

Si la hiena se estimula
con la víscera nauseabunda
su instrumento no disimula:
sabed que un estilo funda.

El estilo de la carroña
O la indiferencia glacial.
¿Se vio sonreír a este animal?
Esto lo sabe la carroña.

En el amarillo vuelo del diente
la indiferencia se retrata;
el vuelo que resume la hiriente
sordera de la catarata.

Se desune los vendados pies
su hocico como un insulto
su hocico entre las tumbas es
la duda de una animal culto.

Ese cuerpo de más a menos
desorienta el juego del ojo.
¿Quién pudo mirar de lleno
al triángulo inscrito en su ojo?

Ese melancólico asalto
erige la insepulta memoria;
su respiración de contralto
se afina en el son de la escoria.

¡Oh tú, nocturna, fría, aniquila
la piedad, la piel inmunda;
allí tu perfume destila
fragante dama de las tumbas!

 

Naturalmente en 1930

 

Como un pájaro ciego
que vuela en la luminosidad de la imagen
mecido por la noche del poeta,
una cualquiera entre tantas insondables,
vi a Casal
arañar un cuerpo liso, bruñido.
Arañándolo con tal vehemencia
que sus uñas se romían,
y a mi pregunta ansiosa respondió
que adentro estaba el poema.

 

Testamento

 

Como he sido iconoclasta

me niego a que me hagan estatua:

si en la vida he sido carne,

en la muerte no quiero ser mármol.

Como yo soy de un lugar

de demonios y de ángeles,

en ángel y demonio muerto

seguiré por esas calles…

En tal eternidad veré

nuevos demonios y ángeles,

con ellos conversaré

en un lenguaje cifrado.

Y todos entenderán

el yo no lloro, mi hermano….

Así fui, así viví,

así soñé. Pasé el trance.

Rafael Dominguez

Rafael Dominguez

Cuando joven nunca pensé en alejarme de mi tierra, mi gente...mis costumbres. La historia que todos conocemos me llevo a hacerlo, y de difícil manera. Desde entonces, siempre estuvo Dios a mi lado, pero como a muchos nos sucede, no supe reconocerlo. Cometí errores, que después mucho me pesaron, pero la vida me enseñó que todo es posible cuando tenemos Fe. Aprendí a ser mejor hombre, cuando conocí el amor y la misericordia del Dios de la vida. Hoy vivo en esperanza, aprecio mucho más los regalos que la vida me ofrece. Hago valer más mis días porque ya van quedando menos. Disfruto la música y la lectura...Escribo lo que brota del corazón, pues es mi verdad. Gusto de un buen vino y mejor mesa...espero encontrar quien me acompañe por el resto del camino, donde seremos tres.

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